Hoy estaba leyendo algo sobre universos paralelos y... no, la cosa no va de "Fringe", no hay que preocuparse. Aunque pensándolo bien... igual... bueno, dejémoslo, "Fringe" es mucho "Fringe"... y su protagonista masculino ya me gusta ya... desde que lo veía en "Dawson crece" (alguien me puede contar por que tradujeron así "Dawson creek"?). Ha mejorado con la edad... y tiene el atractivo de los hombres discretos y callados.
Pero no estábamos a eso, si no a los universos paralelos. El atractivo de plantearnos mundos en los que seamos nosotros pero a la vez no tengamos las mismas circunstancias. Claro, tiene que ser un universo paralelo que sea cercano a nosotros en línea temporal. Qué?!? Bueno, es sencillo. Si en cualquier opción que se tenga que hacer, se produce un momento paralelo en el que esa opción (suponiendo que sea de sí o no, que ya es mucho suponer) se realiza en sus dos vertientes... es decir, dos mundo por cada opción de sí o no... cuanto más alejado esté el momento de bifurcación de nuestro actual momento, más extraño será ese mundo a nosotros (por las múltiples divergencias que se habrán producido a partir de entonces, más que nada)... es de suponer, aunque en sus infinitas posibilidades también suponemos que habrá un mundo igual al nuestro salvo en esa pequeña decisión tomada miles de millones de años atrás por una linda mariposilla o similar, que optó por morirse o no en un determinado momento.
Punto y aparte, ya me he dispersado bastante. A partir de ahí uno se va por la física cuántica y la teoría de cuerdas y la enajenación es total. Nos pasa a todos.
Cuando yo era pequeña, me imaginaba una vida diferente... era como si un genio me concediera mis deseos. Con tres no era suficiente, eso era obvio, porque siempre uno de los deseos lo tenía reservado: quería tener esos deseos, pero no deseaba recordar que eran deseos, concedidos así como así por alguien extraño: quería tener la impresión de que me lo había ganado yo. Además, no tenían que parecer muy fáciles. No quería una vida regalada, quería una vida intensa. Quería amor verdadero, pero trabajado, quería suficiente para vivir cómodamente, pero no todo, ni con facilidad, quería trabajar por lo que tuviese.
Más adelante me contaron una pequeña historia: dios, el uno, el universo... como quieras llamarlo, era único, omnipotente, omnisapiente y omnitodo... y omniaburrido, parece ser. Vamos que cuando lo sabes todo, contarte chistes a ti mismo no es el mejor plan para el domingo por la tarde. Entonces ese Unico decidió que lo mejor era dividirse, enajenarse, perderse para encontrarse a sí mismo, porque al final, supongo, pensó que el camino es mucho más gozoso que la meta y que, mire usted, tener el premio gordo de la lotería está muy bien, pero que dulce sobre dulce se convierte en amargo, y que se disfruta mucho más de la risa cuando se han conocido las lágrimas. Así que el Único se dividió, se volvió a dividir, se olvidó de todas las omnis y se encarnó en los seres vivos para iniciar el juego de encontrarse, sentir y unirse otra vez. Porque aburrirse es muy jodido, vamos. Y ahí estamos, en el gozo de vivir, que, por no sé qué extraña historia, parece que se ha convertido en un castigo divino... tergiversaciones, trampillas que nos ponemos para disfrutar más del juego. Nos lanzamos a la pista y nos hacemos el truco de olvidarnos que estamos jugando, para darle más emoción a la cosa.
Y en este juego estamos, y supongo que si ese ser único del que formo parte y soy era (es y será) lo suficientemente listo, habrá puesto los universos paralelos infinitos, para que todas las opciones sean, y se vivan, y se disfruten.
Y si no, pues nada, es sólo un juego...
Con nada que perder y mucho que ganar. Y aunque hubiera que perder, ya dijo alguien por ahí: "quien se arriesga puede perderlo todo pero quien no se arriesga, se pierde a sí mismo"