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Pensando en algo que le pasa a mi hija (ciertos comportamientos suyos en relación con determinados ruidos), se me ocurrió un cuento que escribí en un cuaderno de tapas verdes que utilizo para recordar cosas importantes y felices.

Era un borrador, algo muy parecido al cuento que aparece en "Una mujer difícil" de Irving. No es el que aparece aquí.

Así que decidí abrir este blog como borrador, aunque sólo sea para este único cuento... quién sabe.

Es un cuento que tiene que ir ilustrado: es un cuento pensado a la antigua usanza, con tapas hermosas, hojas que se abren, dibujos que forman parte del mismo cuento (no un mero complemento), pocas palabras en cada página...

Y luego, por qué no?, si se me ocurre algo, si tengo algún impulso más... cualquier cosa, no sólo cuentos.

Este es mi castillo, el castillo de Hékate, un nombre que me acompaña desde que era una niña.

sábado, 21 de mayo de 2011

Pendones

Cuando llovía, salían los caracoles.
Llovía y llovía, la tierra se mojaba toda y, cuando ya dejaba de llover y el olor fértil del agua se extendía por todos los rincones... todos los caracoles comenzaban a salir.
Y si salía el sol un poquito tan solo... eso era una fiesta de caracoles.
Todos parecían iguales pero, si te fijabas, no era así. En primer lugar, los había muy grandes, que se arrastraban majestuosamente, dejando su rastro plateado de baba: estos eran un poco perezosos y muchas veces aparecían adormilados en medio de su camino, como si se hubieran olvidado de a dónde iban. Los había muy pequeños, de conchas blandas, un poco despistados: con estos había que ser muy cuidadoso, porque no se les podía apretar mucho pero corrían más. Pero en general eran todos medianos, persistentes en su caminar.
A la pequeña Raquel le gustaban los días de lluvia porque se quedaba en casa a verla caer y a jugar con su hermano y, porque al día siguiente, encontraría el patio lleno de caracoles y así podría hacer su granja.
Raquel salía encantada al patio, disfrutando de los rayitos de sol y contemplando todos sus caracoles, pensando que la esperaban para entrar a formar parte de su granja. Y cuidadosamente los iba recogiendo todos para ponerlos en la silla blanca. Cuando Raquel los cogía, se encogían en su concha y cuando los dejaba en la granja blanca, sacaban sus cuernecitos con curiosidad.
Y allí se pasaba Raquel todo el rato, observando a los caracoles, recogiendo a los que se escapaban, toda atareada. Un día me acerqué a la pequeña granjera de caracoles mientras realizaba sus tareas.
-"Pendones!" la oí decir.
Y me paré detrás de ella. "¿Pendones, Raquel?¿Quiénes?"
- "Estos caracoles pequeños se llaman pendones"
Me mostré muy interesada: "¿Y por qué se llaman pendones?"
Observé atentamente a esos pequeños caracoles que corrían tanto... para ser caracoles.
- "Porque se escapan todo el rato, por eso son pendones"
Entendí perfectamente a Raquel, esos caracoles eran unos pendones. Y la dejé allí, con su granja y el sol.

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