Entrada

Pensando en algo que le pasa a mi hija (ciertos comportamientos suyos en relación con determinados ruidos), se me ocurrió un cuento que escribí en un cuaderno de tapas verdes que utilizo para recordar cosas importantes y felices.

Era un borrador, algo muy parecido al cuento que aparece en "Una mujer difícil" de Irving. No es el que aparece aquí.

Así que decidí abrir este blog como borrador, aunque sólo sea para este único cuento... quién sabe.

Es un cuento que tiene que ir ilustrado: es un cuento pensado a la antigua usanza, con tapas hermosas, hojas que se abren, dibujos que forman parte del mismo cuento (no un mero complemento), pocas palabras en cada página...

Y luego, por qué no?, si se me ocurre algo, si tengo algún impulso más... cualquier cosa, no sólo cuentos.

Este es mi castillo, el castillo de Hékate, un nombre que me acompaña desde que era una niña.

viernes, 2 de diciembre de 2011

María Zambrano

Buen descubrimiento... y en ello estoy. Si puedo dejar de llorar... quizá sea verdad, quizá es que es demasiado bello.
"...y yo había pasado por la vida
tan sólo de paso, lejana de mí misma..."




Antes de la ocultación

     Comencé a cantar entre dientes por obedecer en la oscuridad absoluta que no había hasta entonces conocido, la vieja canción del agua todavía no nacida, confundida con el gemido de la que nace; el gemido de la madre que da a luz una y otra vez para acabar de nacer ella misma, entremezclado con el vagido de lo que nace, la vida parturiente. Me sentí acunada por este lloro que era también canto tan de lejos y en mí, porque nunca nada era mío del todo. ¿No tendría yo dueño tampoco?
     La música no tiene dueño, pues los que van a ella no la poseen nunca. Han sido por ella primero poseídos, después iniciados. Yo no sabía que una persona pudiera ser así, al modo de la música, que posee porque penetra mientras se desprende de su fuente, también en una herida. Se abre la música sólo en algunos lugares inesperadamente, cuando errante el alma sola, se siente desfallecer sin dueño. En esta soledad nadie aparece, nadie aparecía cuando me asenté en mi soledad última; el amado sin nombre siquiera. Alguien me había enamorado allá en la noche, en una noche sola, en una única noche hasta el alba. Nunca más apareció. Ya nadie más pudo encontrarme.


Zambrano, M.: Diotima de Mantinea en Hacia un saber sobre el alma, Madrid, 
Ed. Alianza, 1989, p. 196

sábado, 4 de junio de 2011

El pequeño monstruo

Érase una vez, en un reino muy lejano, un hermoso castillo, con su majestuoso rey, su bondadosa reina, su pequeña princesa.
Era un reino escondido entre montañas y bosques, protegido por esa oscuridad acogedora de las altas cumbres cubiertas de nieve y las verdes hojas de árboles centenarios. Allí la pequeña princesa vivía y crecía, como cualquier princesa de cualquier cuento de hadas.
La princesa no tenía amigos y le gustaba sentarse en el borde cualquier claro, apoyada en el tronco de un árbol protector, a leer, a imaginar formas en las nubes que pasaban, a pensar que un príncipe azul venía galopando y caía rendido a sus pies... aunque se preguntaba para qué tenía que caer ningún príncipe rendido a sus pies y, sobre todo, qué pasaba después... en eso los libros que leía no le daban muchas pistas.
Un día la princesa, en sus correrías por el bosque, mientras ensayaba unos pasos de baile, escuchó una voz...
- ¿Quieres ser mi amiga?
Miró a su alrededor y, tras mucho buscar, encontró un ser extraño, de pequeño tamaño.
- ¿Qué eres tú? No pareces un gnomo, ni un pixie, ni ningún ser de los que yo haya leído. Y los animales no suelen hablar, al menos no por aquí, aparte de que no te pareces a ningún tipo de animal que yo conozca. Estás erguido sobre tus dos patas y sí, estás cubierto de pelo negro, pero estás  vestido como una persona, hablas...
- No sé lo que soy, pero nadie quiere hablar conmigo, todos se asustan cuando me ven.
- ¿No conoces a otros como tú? ¿No tienes padre ni madre? ¿Hermanos, hermanas, primos?
- ¿Los tenéis vos?
- Sí, claro, tengo un padre, el rey, tengo una madre, la reina, aunque es cierto que no tengo hermanos ni primos ni más parientes... pero otras personas los tienen.
- Yo estoy solo, siempre lo he estado, cuando alguien me ve, me llama "pequeño monstruo". Pero te he visto pasear y bailar por el bosque y quise hablar contigo... nunca he tenido amigos, ¿quieres ser tú mi amiga?
La pequeña princesa, que era un poco desprendida, en realidad nunca había pensado en tener amigos y pensó que le quitaría tiempo para estar sola, pero se dijo que podía probar, aunque no sabía muy bien qué significaba ser amigos.
- Bueno, podemos ser amigos, si tú quieres... qué harás?
- Te acompañaré a los sitios que vayas, lo pasaré bien en tu compañia y me apetecerá que tú lo pases bien en la mía, te ayudaré, te haré reír, te contaré cosas, te consolaré si estás triste, siempre que me necesites, allí estaré. Me pondré un poco triste si un día no te puedo ver o si caes enferma. Me alegraré cuando tú seas feliz... son muchas cosas, no te las puedo decir todas, ya las irás viendo.
- Y yo, ¿qué tengo que hacer? ¿Lo mismo? La verdad es que me parece todo un poco complicado.
- Tú haz lo que te apetezca, poco a pocco igual sientes lo mismo... pero eso nunca se sabe.
A la princesa le pareció un trato razonable, así que allí mismo decidieron ser amigos.
Durante mucho tiempo, la princesa y el pequeño monstruo estuvieron juntos: al principio fue como el pequeño monstruo había dicho y la princesa se acostumbró a contar con  él y con su cariño y poco a poco, ella también empezó a ser feliz cuando su amigo lo era, a sentirse triste si él se sentía triste, a disfrutar de su compañia... poco a poco aprendió a ser amiga.
Así crecieron juntos, un poco. Y un día, el pequeño monstruo se presentó a su amiga y le dijo:
- He encontrado a otros como yo!!!
La princesa se alegró muchísimo por su amigo y enseguida le pidió que fueran juntos a verlos, para que pudieran conocerlos.
- No, dijo el pequeño monstruo, no quiero que vengas. Tú estabas bien como amiga cuando no había nadie más, pero ahora ellos son mi familia, y no quiero que nos veamos más, sólo quiero estar con ellos.
La princesa no entendió nada, pero por más que pidió, lloró y suplicó, el pequeño monstruo fue inconmovible.
- No, no quiero. He venido sólo a despedirme. En realidad, eras más interesante cuando te resistías a ser mi amiga y no me querías, ahora que sé que me quieres, eres un poco aburrida. Me he cansado de ti. Mis nuevos amigos son mucho más interesantes.
Y desapareció. La princesa nunca volvió a saber de él. Al principio le dolió mucho su ausencia. Se preguntó qué sentido tenía que le hubiera enseñado a ser amiga para luego marcharse. Pero luego el tiempo pasó, la princesa creció, conoció a otros amigos, se fue a estudiar, encontró un príncipe (que no era azul, menos mal!) con el que se casó y formó una familia en un reino no muy lejano al suyo. Todavía de vez en cuando se acordaba de su primer amigo y notaba que, en su corazón, todavía le quería y le echaba de menos.
Pasaron los años y, un día, paseando por los jardines de su castillo, la reina (pues ya no era princesa, sino reina) se encontró con su antiguo amigo. Se puso muy contenta y enseguida quiso llamar a su esposo, el rey, para que lo conociera, pero su antiguo amigo se resistió...
- No, no quiero. Ahora yo también tengo una familia y no quiero que se enteren que he estado aquí.
La reina no entendió nada, pero se sentó junto a su antiguo amigo y estuvieron charlando y riendo, recordando.
Así se lo contó al rey y, de vez en cuando, se volvía a encontrar con su amigo en los jardines para charlar y disfrutar de su compañía.
En uno de esos encuentros, el pequeño monstruo le dijo que ya no podían seguir viéndose, porque su esposa se había enterado y sentía celos de ella.
- ¿Celos de mí? ¿Por qué? Me gustaría mucho conocerla y conocer vuestra casa. Me gusta mucho que seas feliz entre los tuyos.
El pequeño monstruo se sintió un poco incómodo, pero la reina se dio cuenta, así que no insistió.
- Dile a tu esposa que esté tranquila y deséale lo mejor de mi parte. Y tú eres libre de no volver, por supuesto. Eres mi amigo, sólo deseo que seas feliz...
El pequeño monstruo se marchó.
Un poco después, la reina cayó enferma. Nadie sabía lo que le pasaba, su cuerpo se debilitaba y le dolía. El rey buscaba todos los remedios y médico que pudieran ayudar a su amada esposa y la reina cada vez se encontraba más triste, por no poder cuidar de su familia, de su rey, de sus pequeños príncipes, por no poder disfrutar del sol, la hierba, los amigos...
El reino entero se volcó en encontrar un remedio para su reina, pero nada parecía hacer efecto. Y la reina fue empeorando y debilitándose cada vez más, de tal forma que casi no se levantaba de la cama. Hasta que un día llegaron al reino tres sabios, sin ser llamados y se presentaron ante el rey.
- Sabemos que vuestra reina está enferma y que sufre y queremos ayudar en lo que podamos y dentro de nuestras capacidades.
El rey se lo agradeció, aunque no tenía mucha confianza en nada de todo lo que pudieran hacer a la reina: porque nada había dado resultado hasta ese momento.
Uno por uno, los sabios fueron entrando en la cámara de al reina y hablaron con ella, y aplicaron sus remedios. La reina, al principio, comenzó a sentirse mejor, pero luego empeoró... el rey se enfadó, sin embargo, la reina intercedió ante él y pidió que los tres sabios siguieran cuidándola: ella sabía que su enfermedad iba a ser un poco larga,  pero tenía fe en los tres sabios.
Así la reina, muy poco a poco, empezó a mejorar. Algún día se sentía peor, otro, mejor... pero poco a poco, las cosas fueron mejorando.
Con la reina todavía convaleciente, el pequeño monstruo se presentó en su habitación. La reina se alegró de verle.
- ¿En qué puedo ayudarte mi pequeño amigo?
El pequeño monstruo no se preocupó de ver a la reina enferma, ni le preguntó lo que le pasaba sino que directamente le recriminó:
- Mi mujer se enteró que había estado hablando contigo y se enfadó mucho y no quiero que me busques más, ni quiero saber nada de ti!!! Ella dice que tú eres una mala persona y que quieres quedarte conmigo en palacio para que os entretenga a ti y al rey.
La reina, dolorida y débil, se quedó asombrada. Pero, aún así, le dolió ver a su amigo tan enfadado y triste.
- Lo lamento mucho. Tendrías que saber que yo no haría nada de eso contigo. Estoy feliz de que tengas una familia y, si bien es cierto que yo no te he buscado, si necesitas ayuda, no tienes más que pedírmela. Y si no quieres que nos veamos más, sólo tienes que dejar esta habitación y marcharte, nadie te retiene.
El pequeño monstruo siguió gritando y recriminando a la reina. Y ésta se dio cuenta de que era infeliz... quizá tanto como ella se sentía en ese momento. Pero el pequeño monstruo no se marchaba y, débil y con el corazón roto, la reina decidió que sería ella quien protegería a su amigo. Así que llamó a la guardia y les dijo:
- Por favor, quiero que se lleven a este pequeño monstruo del palacio. Quiero que lo traten con cariño y lo pongan más allá de los límites de los jardines. Tiene prohibida la entrada para siempre.
Cuando los guardias se llevarón al pequeño monstruo, todavía diciendo a la reina que era una persona mala que quería hacerle daño a él y a su familia, la reina, exhausta, todavía le dijo: por favor, sé feliz, tú y tu familia, sed felices.
A su debido tiempo, la reina sanó y volvió a ser la misma de antes, de cuando era una niña pequeña que bailaba sóla y confiada por el bosque. Hizo felices a muchas personas y ella misma disfrutó mucho de la vida.
No sabemos lo que pasó con el pequeño monstruo y su familia. Pero esperamos que fueran felices, muy felices.

sábado, 21 de mayo de 2011

Pendones

Cuando llovía, salían los caracoles.
Llovía y llovía, la tierra se mojaba toda y, cuando ya dejaba de llover y el olor fértil del agua se extendía por todos los rincones... todos los caracoles comenzaban a salir.
Y si salía el sol un poquito tan solo... eso era una fiesta de caracoles.
Todos parecían iguales pero, si te fijabas, no era así. En primer lugar, los había muy grandes, que se arrastraban majestuosamente, dejando su rastro plateado de baba: estos eran un poco perezosos y muchas veces aparecían adormilados en medio de su camino, como si se hubieran olvidado de a dónde iban. Los había muy pequeños, de conchas blandas, un poco despistados: con estos había que ser muy cuidadoso, porque no se les podía apretar mucho pero corrían más. Pero en general eran todos medianos, persistentes en su caminar.
A la pequeña Raquel le gustaban los días de lluvia porque se quedaba en casa a verla caer y a jugar con su hermano y, porque al día siguiente, encontraría el patio lleno de caracoles y así podría hacer su granja.
Raquel salía encantada al patio, disfrutando de los rayitos de sol y contemplando todos sus caracoles, pensando que la esperaban para entrar a formar parte de su granja. Y cuidadosamente los iba recogiendo todos para ponerlos en la silla blanca. Cuando Raquel los cogía, se encogían en su concha y cuando los dejaba en la granja blanca, sacaban sus cuernecitos con curiosidad.
Y allí se pasaba Raquel todo el rato, observando a los caracoles, recogiendo a los que se escapaban, toda atareada. Un día me acerqué a la pequeña granjera de caracoles mientras realizaba sus tareas.
-"Pendones!" la oí decir.
Y me paré detrás de ella. "¿Pendones, Raquel?¿Quiénes?"
- "Estos caracoles pequeños se llaman pendones"
Me mostré muy interesada: "¿Y por qué se llaman pendones?"
Observé atentamente a esos pequeños caracoles que corrían tanto... para ser caracoles.
- "Porque se escapan todo el rato, por eso son pendones"
Entendí perfectamente a Raquel, esos caracoles eran unos pendones. Y la dejé allí, con su granja y el sol.

jueves, 19 de mayo de 2011

Un borrador para un cuento para Ivo

Érase una vez una noche llena de blancura, pero dentro de casa se estaba calentito. Un manto mullido cubría los tejados, pero no las carreteras. Se notaba ese silencio que es el regalo de la nieve: un silencio que es más que ausencia de ruido, porque es como si se pegara a la piel y te diera un masaje y te dejara blandita y tranquila.
Era una noche preciosa, despejada, llena de estrellas, fría, hermosa. Una noche de invierno, tu noche.
En la habitación ya estaba preparada tu cuna: con toda la ropa hecha por mamá, las sábanas, la colcha, el protector... todo bordado, todo con tu nombre, esperando por ti.
Mamá dormía en la cama, tranquila, abrazada por papá. Si toda la casa hubiera sido un olor, habría sido olor a caramelo y miel. Si toda la habitación en la que dormíamos hubiera sido un color, verdes marinos y dorados. Era ese momento en el que todo está detenido, como conteniendo la respiración, el momento exacto antes de que pase algo importante. Y entonces todo cambió y mamá abrió los ojos y pensó: "ya está en camino, ya viene" y tocó a papá y le dijo: "nos vamos, ya viene". Pero no hubo revuelo ni nervios... ya sabíamos que este día llegaría y estábamos preparados. Emocionados y tranquilos nos aseamos y vestimos, cogimos la bolsa con todo lo que íbamos a necesitar y nos fuimos al hospital. Y cuando ya nos confirmaron que estabas llegando (cómo si no lo supiéramos ya!!!), llamamos a tus abuelos para que vinieran y estuvieran presentes.
Todo esto te lo hemos contado miles de veces y tú siempre pides que te lo repitamos: cómo mamá empujó, como al final naciste, todo húmedo y calentito, supongo que sorprendido... cómo te pusieron en los brazos de papá y él te acercó a mí. Mis primeras palabras maravilladas a tu papá: "es igualito a ti". Y cómo se me saltaron las lágrimas cuando papá te puso en mis brazos y sentí tu piel contra la mía.
Afuera ya hacía un sol maravilloso sobre los restos de la nieve, en ese día de invierno que es todo tuyo.
Pronto estuvimos juntos, nuestros olores mezclados, el tuyo tan maravilloso, desconocido y a la vez familiar. Tu boca acercándose voraz a mi pecho, otra vez unidos, aunque ya nunca más como antes. Ya dispuesto a vivir tu vida, todo potencialidad y futuro. Mi pequeño leoncito, con tus enormes ojos comiéndote el mundo.

sábado, 14 de mayo de 2011

Dos mitos, dos cuentos

Estoy pensando en las ilustraciones para el ruido de Zoe, aunque también estoy con la recopilación de "La corte" (y a veces me parece algo tan ajeno lo que estoy transcribiendo... como si me hubieran dado algo escrito por otra persona, pero me relaja teclear), y con un par más de obligaciones y responsabilidades que me he grapado.
Mientras tanto, dos mitos y sus cuentos correspondientes: Eros y Psique (la bella y la bestia) y Pigmalión y Galatea (y sí, ya sé, el mito es escaso y dio lugar a una película, no a un cuento, pero realmente, qué cuento tan magnífico es "My fair lady").
En el caso de Eros y Psique, existen ríos de tinta que hablan sobre ese mito, ese cuento. El cuento, además, creo que toma los puntos fundamentales del cuento: el novio como algo que da miedo, el creador de paraísos (con la condición de no preguntar, no hablar, no crecer), la niña que acepta el trato (todo lo que desees, con mis condiciones), la imposibilidad de mantener estos paraísos durante mucho tiempo porque el mundo real y cotidiano irrumpe (las dos hermanastras), la capacidad de iluminación de Psique (de la que carece Eros)... etc, etc.
Hay alguna cosa importante que aparece en el mito y se pierde en el cuento: la más importante, Afrodita y todo el papel que cumple como representación del principio femenino primigenio, divino, inalcanzable, enfrentado con su "sustituta", que finalmente resultará la mediadora entre esa divinidad inasible y la realidad (y ese juego magnifíco en el que todos los obstáculos, impedimentos y maldades no son más que el impulso y ayuda: en su afán por mantener el "status quo", propicia el cambio); quizá un cuento tan complicado, con tantos matices, ya no podía "sostener" una madrastra, que es el obvio papel que le hubiera correspondido a Afrodita y, las dos hermanas, que no son más que la manifestación de lo cotidiano, lo común, asumen en parte ese papel. Otra cosa de la que creo que carece el cuento: que se pierden las "tareas" de Psique, y los caminos iniciáticos siempre tienen su importancia.
En cuanto a Pigmalión, como mito es más bien pobre, tirando a escasísimo. Y como cuento, no recuerdo ahora ninguno que se asemeje o que pueda basarse en este mito. Y sin embargo, "My fair lady"... cuánto hay ahí metido. Lo que pasa es que ahora no tengo ganas... ni puede que la tenga.
Esta mañana hacía un sol espléndido, la hemos dedicado a limpiar y despejar, a deshacernos de lo inservible, de lo acumulado sin sentido. Ahora llueve, qué bien que el tiempo acompañe, ilumine primero y lave después.

miércoles, 11 de mayo de 2011

El fin de la infancia

Hace un par de días, me vino a la cabeza un libro de Arthur C. Clarke que leí hace bastante tiempo. Creo que sólo lo he leído una vez y lo había olvidado completamente (o eso creía yo, pero ya se sabe cómo es la mente). No sé por qué me acordé de repente de este libro "El fin de la infancia", pero no sólo recordé casi toda la temática del libro, sino muchas emociones de las que van insertas, muchos puntos sensibles que se tocan.
Hay un resumen en wiki: El fin de la infancia en la wiki
Aparte de lo que pueda decir en este enlace hay ciertos puntos que a mí me llamaron fuertemente la atención y que son los que han venido a mi cabeza cuando he recordado este libro. Y esto son claramente "spoilers", pero advierto que no se pierde nada de nada por leer este libro.

- La evolución que se produce sólo se da en los niños, los adultos no pueden acceder a ella (lo mismo que no pueden acceder a ella los "facilitadores" cuyo representante es Karellan). Las emociones implicadas en esto son terribles, por parte de los padres y madres que ven cómo sus hijos dejan de ser entidades individuales (la pérdida de los hijos, pero también la imposibilidad de dar ese paso) y entran a formar parte de algo universal totalmente ajeno e inalcanzable, en esta suerte de salto evolutivo cualitativo.

          - "Jeff y Jenny fueron los primeros, pero muy pronto se les unieron muchos otros. Como una epidemia, extendiéndose rápidamente de país a país, la metamorfosis infectó a toda la raza humana. No alcanzó prácticamente a nadie de más de diez años, y no se salvó prácticamente nadie de menos de esa edad. Era el fin de la civilización, el fin de los ideales que los hombres venían persiguiendo desde los origines del tiempo. En sólo unos pocos días la humanidad había perdido su futuro. Cuando a una raza se le priva de sus hijos, se le destruye el corazón, y pierde todo deseo de vivir."

Ningún niño viene a reemplazar a esa infancia transformada y al final, la misma Tierra se "sublima" para alimentar con sus átomos el impulso final que impulsa a esta nueva especie hacia el universo. La humanidad, como la misma Tierra, ha desaparecido. La crisálida se ha transformado y la mariposa ha volado, sin una sola mirada hacia atrás. 

Algo que a mí me llamó poderosamente la atención: al principio, los facilitadores no quieren mostrarse y cuando lo hacen son la viva imagen de nuestra representación de los demonios. El hecho más traumático de la humanidad, su propia desaparición, se ve representada por estos demonios y el impacto es de tal magnitud que, como las ondas que se transmiten en un lago donde has arrojado una piedra, esta imagen permanece desde el principio de los tiempos como una representación de todo lo malvado. 
Y ha sido este punto lo que trajo a la cabeza este libro. La concepción de que hay hechos (ya sea a nivel de humanidad o a nivel individual) que se producen en un determinado punto espacio temporal pero que sus efectos se trasladan, influyen y perciben en todas las dimensiones y al mismo tiempo. 

Esto daría mucho que hablar sobre el libre albedrío, el determinismo, etc... y me parece que tiene que ver mucho con la física cuántica, tan de moda. Teniendo en cuenta que este libro se escribió en la década de los cincuenta, si no recuerdo mal...

miércoles, 4 de mayo de 2011

Un primer borrador sobre el ruido de Zoe

Érase una vez un ruido. Era un ruido de los que te hacen taparte los oídos.
Hasta aquí podríamos decir: "Bueno, un ruido alto".
A veces era un ruido alto, a veces no. No era siempre el mismo ruido, pero era siempre el mismo tipo de ruido: el tipo de ruido que te hace taparte los oídos.
Y los ojos: tenías que cerrar los ojos.
Si hubieras tenido cuatro manos, te hubieras tapado también los ojos. Pero como sólo tienes dos y con ese tipo de ruido las tienes ocupadas tapándote muy fuerte las orejas, te limitas a cerrar los ojos. Con ese tipo de ruido, es más importante utilizar las manos para ponértelas a ambos lados de la cabeza y apretar.
Así que cierras tus oídos y cierras tus ojos, pero el ruido sigue ahí fuera. Y lo peor de todo: tú lo sabes. Y eso hace que el ruido no sólo esté ahí fuera, sino que entre en tu cabeza: y ahí se queda.
Volvemos así al principio: érase una vez un ruido, un ruido de los que se mete en la cabeza.
Ese tipo de ruido es un poco difícil de describir. Puede ser un ruido que escuchas en la cocina de mamá: la batidora para el puré, la campana que se lleva los malos olores... una vez, lo recuerdo, fue ¡el horno! Y no es que el horno y su ventilador hagan un ruido muy fuerte, pero es ese tipo de ruido, el tipo de ruido que te hace tener ganas de salir corriendo y meterte debajo de la cama.
Ese tipo de ruido también puedes escucharlo por la calle, andando de la mano del abuelo, por ejemplo. Se puede oír cuando hay una obra cercana, cuando hay mucho tráfico en la carretera, o, incluso, cuando todo el mundo se divierte con el pasacalles de las fiestas del barrio. Pero a ti ese tipo de ruido te hace desear que llueva para no salir de casa.
Tú, mi pequeña, sabes muy bien de qué tipo de ruido se trata. Soy yo la que no lo comprendo. Tú lo distingues siempre: no se te escapa ni uno. El tipo de ruido que te hace buscar los brazos de mamá y enterrar tu cabeza en mi pecho. Y yo querría abrazarte tan fuerte que nunca más escucharas un ruido de esos. Pero mamá no puede evitarte esos ruidos, por mucho que lo desee: siempre estarán ahí. Y mamá o papá o los abuelos estarán ahí para abrazarte... aunque no siempre.

martes, 3 de mayo de 2011

Un cuento para Zoe

Este cuento está escrito pensando en mi hija Zoe. Ella se asusta de algunos ruidos. Sé que se va a parecer mucho al de "Una mujer difícil", es inevitable, porque habla de niños pequeñas, de ruidos que asustan y de que a veces no hay una solución clara a todo esto. De todas formas, en los comentarios voy a poner el cuento de Irving, que se titula " El ruido que hace alguien cuando no quiere hacer ruido" y que ha sido publicado de forma independiente por la editorial Tusquets en 2004.
Este no es un cuento de hadas y creo que tiene que ser, sobre todo, un cuento visual, porque este ruido es muy visual. Al menos yo lo veo así.
Un ruido que te obliga a taparte las orejas es un ruido que se mete dentro de tu cabeza y te obliga a mirarle.
Es un ruido insidioso, es un ruido del que tener miedo... no me extraña que Zoe tenga miedo de este ruido.