Entrada

Pensando en algo que le pasa a mi hija (ciertos comportamientos suyos en relación con determinados ruidos), se me ocurrió un cuento que escribí en un cuaderno de tapas verdes que utilizo para recordar cosas importantes y felices.

Era un borrador, algo muy parecido al cuento que aparece en "Una mujer difícil" de Irving. No es el que aparece aquí.

Así que decidí abrir este blog como borrador, aunque sólo sea para este único cuento... quién sabe.

Es un cuento que tiene que ir ilustrado: es un cuento pensado a la antigua usanza, con tapas hermosas, hojas que se abren, dibujos que forman parte del mismo cuento (no un mero complemento), pocas palabras en cada página...

Y luego, por qué no?, si se me ocurre algo, si tengo algún impulso más... cualquier cosa, no sólo cuentos.

Este es mi castillo, el castillo de Hékate, un nombre que me acompaña desde que era una niña.

sábado, 4 de junio de 2011

El pequeño monstruo

Érase una vez, en un reino muy lejano, un hermoso castillo, con su majestuoso rey, su bondadosa reina, su pequeña princesa.
Era un reino escondido entre montañas y bosques, protegido por esa oscuridad acogedora de las altas cumbres cubiertas de nieve y las verdes hojas de árboles centenarios. Allí la pequeña princesa vivía y crecía, como cualquier princesa de cualquier cuento de hadas.
La princesa no tenía amigos y le gustaba sentarse en el borde cualquier claro, apoyada en el tronco de un árbol protector, a leer, a imaginar formas en las nubes que pasaban, a pensar que un príncipe azul venía galopando y caía rendido a sus pies... aunque se preguntaba para qué tenía que caer ningún príncipe rendido a sus pies y, sobre todo, qué pasaba después... en eso los libros que leía no le daban muchas pistas.
Un día la princesa, en sus correrías por el bosque, mientras ensayaba unos pasos de baile, escuchó una voz...
- ¿Quieres ser mi amiga?
Miró a su alrededor y, tras mucho buscar, encontró un ser extraño, de pequeño tamaño.
- ¿Qué eres tú? No pareces un gnomo, ni un pixie, ni ningún ser de los que yo haya leído. Y los animales no suelen hablar, al menos no por aquí, aparte de que no te pareces a ningún tipo de animal que yo conozca. Estás erguido sobre tus dos patas y sí, estás cubierto de pelo negro, pero estás  vestido como una persona, hablas...
- No sé lo que soy, pero nadie quiere hablar conmigo, todos se asustan cuando me ven.
- ¿No conoces a otros como tú? ¿No tienes padre ni madre? ¿Hermanos, hermanas, primos?
- ¿Los tenéis vos?
- Sí, claro, tengo un padre, el rey, tengo una madre, la reina, aunque es cierto que no tengo hermanos ni primos ni más parientes... pero otras personas los tienen.
- Yo estoy solo, siempre lo he estado, cuando alguien me ve, me llama "pequeño monstruo". Pero te he visto pasear y bailar por el bosque y quise hablar contigo... nunca he tenido amigos, ¿quieres ser tú mi amiga?
La pequeña princesa, que era un poco desprendida, en realidad nunca había pensado en tener amigos y pensó que le quitaría tiempo para estar sola, pero se dijo que podía probar, aunque no sabía muy bien qué significaba ser amigos.
- Bueno, podemos ser amigos, si tú quieres... qué harás?
- Te acompañaré a los sitios que vayas, lo pasaré bien en tu compañia y me apetecerá que tú lo pases bien en la mía, te ayudaré, te haré reír, te contaré cosas, te consolaré si estás triste, siempre que me necesites, allí estaré. Me pondré un poco triste si un día no te puedo ver o si caes enferma. Me alegraré cuando tú seas feliz... son muchas cosas, no te las puedo decir todas, ya las irás viendo.
- Y yo, ¿qué tengo que hacer? ¿Lo mismo? La verdad es que me parece todo un poco complicado.
- Tú haz lo que te apetezca, poco a pocco igual sientes lo mismo... pero eso nunca se sabe.
A la princesa le pareció un trato razonable, así que allí mismo decidieron ser amigos.
Durante mucho tiempo, la princesa y el pequeño monstruo estuvieron juntos: al principio fue como el pequeño monstruo había dicho y la princesa se acostumbró a contar con  él y con su cariño y poco a poco, ella también empezó a ser feliz cuando su amigo lo era, a sentirse triste si él se sentía triste, a disfrutar de su compañia... poco a poco aprendió a ser amiga.
Así crecieron juntos, un poco. Y un día, el pequeño monstruo se presentó a su amiga y le dijo:
- He encontrado a otros como yo!!!
La princesa se alegró muchísimo por su amigo y enseguida le pidió que fueran juntos a verlos, para que pudieran conocerlos.
- No, dijo el pequeño monstruo, no quiero que vengas. Tú estabas bien como amiga cuando no había nadie más, pero ahora ellos son mi familia, y no quiero que nos veamos más, sólo quiero estar con ellos.
La princesa no entendió nada, pero por más que pidió, lloró y suplicó, el pequeño monstruo fue inconmovible.
- No, no quiero. He venido sólo a despedirme. En realidad, eras más interesante cuando te resistías a ser mi amiga y no me querías, ahora que sé que me quieres, eres un poco aburrida. Me he cansado de ti. Mis nuevos amigos son mucho más interesantes.
Y desapareció. La princesa nunca volvió a saber de él. Al principio le dolió mucho su ausencia. Se preguntó qué sentido tenía que le hubiera enseñado a ser amiga para luego marcharse. Pero luego el tiempo pasó, la princesa creció, conoció a otros amigos, se fue a estudiar, encontró un príncipe (que no era azul, menos mal!) con el que se casó y formó una familia en un reino no muy lejano al suyo. Todavía de vez en cuando se acordaba de su primer amigo y notaba que, en su corazón, todavía le quería y le echaba de menos.
Pasaron los años y, un día, paseando por los jardines de su castillo, la reina (pues ya no era princesa, sino reina) se encontró con su antiguo amigo. Se puso muy contenta y enseguida quiso llamar a su esposo, el rey, para que lo conociera, pero su antiguo amigo se resistió...
- No, no quiero. Ahora yo también tengo una familia y no quiero que se enteren que he estado aquí.
La reina no entendió nada, pero se sentó junto a su antiguo amigo y estuvieron charlando y riendo, recordando.
Así se lo contó al rey y, de vez en cuando, se volvía a encontrar con su amigo en los jardines para charlar y disfrutar de su compañía.
En uno de esos encuentros, el pequeño monstruo le dijo que ya no podían seguir viéndose, porque su esposa se había enterado y sentía celos de ella.
- ¿Celos de mí? ¿Por qué? Me gustaría mucho conocerla y conocer vuestra casa. Me gusta mucho que seas feliz entre los tuyos.
El pequeño monstruo se sintió un poco incómodo, pero la reina se dio cuenta, así que no insistió.
- Dile a tu esposa que esté tranquila y deséale lo mejor de mi parte. Y tú eres libre de no volver, por supuesto. Eres mi amigo, sólo deseo que seas feliz...
El pequeño monstruo se marchó.
Un poco después, la reina cayó enferma. Nadie sabía lo que le pasaba, su cuerpo se debilitaba y le dolía. El rey buscaba todos los remedios y médico que pudieran ayudar a su amada esposa y la reina cada vez se encontraba más triste, por no poder cuidar de su familia, de su rey, de sus pequeños príncipes, por no poder disfrutar del sol, la hierba, los amigos...
El reino entero se volcó en encontrar un remedio para su reina, pero nada parecía hacer efecto. Y la reina fue empeorando y debilitándose cada vez más, de tal forma que casi no se levantaba de la cama. Hasta que un día llegaron al reino tres sabios, sin ser llamados y se presentaron ante el rey.
- Sabemos que vuestra reina está enferma y que sufre y queremos ayudar en lo que podamos y dentro de nuestras capacidades.
El rey se lo agradeció, aunque no tenía mucha confianza en nada de todo lo que pudieran hacer a la reina: porque nada había dado resultado hasta ese momento.
Uno por uno, los sabios fueron entrando en la cámara de al reina y hablaron con ella, y aplicaron sus remedios. La reina, al principio, comenzó a sentirse mejor, pero luego empeoró... el rey se enfadó, sin embargo, la reina intercedió ante él y pidió que los tres sabios siguieran cuidándola: ella sabía que su enfermedad iba a ser un poco larga,  pero tenía fe en los tres sabios.
Así la reina, muy poco a poco, empezó a mejorar. Algún día se sentía peor, otro, mejor... pero poco a poco, las cosas fueron mejorando.
Con la reina todavía convaleciente, el pequeño monstruo se presentó en su habitación. La reina se alegró de verle.
- ¿En qué puedo ayudarte mi pequeño amigo?
El pequeño monstruo no se preocupó de ver a la reina enferma, ni le preguntó lo que le pasaba sino que directamente le recriminó:
- Mi mujer se enteró que había estado hablando contigo y se enfadó mucho y no quiero que me busques más, ni quiero saber nada de ti!!! Ella dice que tú eres una mala persona y que quieres quedarte conmigo en palacio para que os entretenga a ti y al rey.
La reina, dolorida y débil, se quedó asombrada. Pero, aún así, le dolió ver a su amigo tan enfadado y triste.
- Lo lamento mucho. Tendrías que saber que yo no haría nada de eso contigo. Estoy feliz de que tengas una familia y, si bien es cierto que yo no te he buscado, si necesitas ayuda, no tienes más que pedírmela. Y si no quieres que nos veamos más, sólo tienes que dejar esta habitación y marcharte, nadie te retiene.
El pequeño monstruo siguió gritando y recriminando a la reina. Y ésta se dio cuenta de que era infeliz... quizá tanto como ella se sentía en ese momento. Pero el pequeño monstruo no se marchaba y, débil y con el corazón roto, la reina decidió que sería ella quien protegería a su amigo. Así que llamó a la guardia y les dijo:
- Por favor, quiero que se lleven a este pequeño monstruo del palacio. Quiero que lo traten con cariño y lo pongan más allá de los límites de los jardines. Tiene prohibida la entrada para siempre.
Cuando los guardias se llevarón al pequeño monstruo, todavía diciendo a la reina que era una persona mala que quería hacerle daño a él y a su familia, la reina, exhausta, todavía le dijo: por favor, sé feliz, tú y tu familia, sed felices.
A su debido tiempo, la reina sanó y volvió a ser la misma de antes, de cuando era una niña pequeña que bailaba sóla y confiada por el bosque. Hizo felices a muchas personas y ella misma disfrutó mucho de la vida.
No sabemos lo que pasó con el pequeño monstruo y su familia. Pero esperamos que fueran felices, muy felices.